sábado, 12 de febrero de 2011

Jorge Tirado Gálvez


                     ¡Vi al hombre antes que muera!


             Las moscas formaban ya una grisácea cortina en movimiento, advirtiendo el  trágico final. Exuperancio Pérez, el líder político de izquierda yacía de cúbito dorsal, muerto violentamente en plena calle Desamparados,  sin ojos, sin lengua y sin los testes que le habían sido arrancados de raíz.
─¡Retírense los niños, por favor! ─gritaron los policías de         investigaciones, muy serenos ante la maltrecha acera regada de pólvora.
 ─¡Vi al hombre antes que muera! ─dijo  Justino Paz. Estaba agonizante y cómo gritaba de humanidad, dando lástima, como cuando degollan a una res; tenía su rostro una expresión risueña, sus dientes parecían de caballo y en  la frente grasosa brillaba una cicatriz  igual  a  una  cruz.
            El tuerto  “Z”,  hemipléjico y vendedor de flores, lo cubrió con periódicos desde la cabeza a los pies. Ahora estaba frío y tieso, flotando en un charco de sangre coagulada. Únicamente nos alejó del  tumulto de curiosos, la llovizna del invierno.
 Los debates ideológicos y revuelos políticos estaban a la orden del día entre partidarios de la izquierda y los defensores de las teorías de derecha, y eran la comidilla del día en los diarios y panfletos, en el comentario del pueblo y en la gente de a pie.
─¡Justino Paz, no sé en qué andas! ─me reprendió mamá Gudelia. La comadre no tardará en avisarme; además ─reforzó─, no es necesario que me adelantes nada.  Todavía  no estás en capacidad de entender las cosas. 
 *            *          *
            Al día siguiente arribé con zozobra al lugar de la desgracia. Solo quedaban     unos cuantos pelos e imperceptibles rastros de sangre y me quedé observando como  idiota, junto al cura de la iglesia y el gobernador que  filmaban a otros testigos de la matanza, hasta que el grupo de compañeros me avistó.
─¡Ya es tarde, Justino Paz! ─me jaló el gringo Aparicio, que corría pateando una pelota con dirección a la escuela─. ¿Qué haces aquí?

 *           *            *
               En casa Gudelia zurcía algo nerviosa su fustán, me miró con lágrimas disimuladas a través de sus gruesos anteojos.
 ─¡Justino Paz, a tragar! La sopa se enfría ─dijo enérgica y me percaté  de su rostro compungido. Parecía que ella también seguía pensando en la forma cómo habían  emboscado y liquidado al infortunado sujeto.
              ─¡Qué te pasa, mamita! ¿Por qué está usted tan triste? ¿Tiene algo que ver el muerto con tu morroña?
 ─¡Siéntate y cena tranquilo, hijo! ─Me ordenó la mujer,  secándose las lágrimas─. Sólo me acordaba de un sueño infausto... ─pero ella nunca contó que cuando estaba en gestación el occiso intentó hacerla abortar a  golpes  dejándola  casi muerta,  tirada en el lecho  y sin posibilidades de auxilio.
 Quería confirmar mi extraña obsesión. Y deseaba saber  más sobre  ese líder  de izquierda que intuía que era mi padre quien estaba organizando al pueblo por alguna razón justa.  Hubo un movimiento extraño en casa, los tíos iban y venían con  reservada tribulación. “¿Será algo malo lo que estará  pasando?”  Me importaba poco  la vez que me negó en la corte, y poco que alguna vez de los cabellos arrastrara a mamá a un  cuarto oscuro, queriendo asfixiarla.
 El difunto se defendía con descaro ante el jurado, mostrando un centenar de fotografías de hombres solos, diciendo:
─ ¡Éstos son los maridos  de esta mujer, señor juez! Y a mí me quiere  implicar  en el proceso.
 Perdimos el juicio sobre el reconocimiento de la paternidad y la alimentación del menor.
                     
                                         *        *       *
 Eran tres los dirigentes opositores masacrados y decapitados en lo que iba de la semana. Todo hacía presagiar que se trataba de un secreto  “Grupo paramilitar” del partido que estaba  en el poder municipal. Arremetiendo contra aquellos que le sean un obstáculo para realizar sus mezquinos intereses. Porque en las paredes de las calles aparecían pintas de rechazo al alcalde derechista con letras rojas. ¡Corrupto! ¡Violador! ¡Fuera criminal! Y se sospechaba que era él o sus secuaces los autores intelectuales de los horrendos crímenes.
         ─”¡Malditos hijos del demonio!” ─grité  mentalmente sin ser oído por nadie.
 Al Exuperancio  Pérez, líder político de izquierda, dicen que  lo enterraron en las  afueras de la ciudad, en un nicho humilde, para indigentes.  Se supo por un pequeño y casi inadvertido periódico local que el forense en uno de los  acápites del parte escribió que el difunto no dejaba fortuna ni mujer ni hijos presentes en el momento de su funeral.

                                     *          *          *
   ─¡Justino Paz!, ¡Justino Paz! ─Entonces escuché que me llamaban con voz de ultratumba, y temblé de pavor  en la sala  donde  resolvía el curso de “ lógica elemental”, era de noche y advertí  por la ventana que mi padre, a quien nunca reconocí, me hacía señales y como autómata le abrí la puerta. ¿Era un alma en pena?
La abuela que leía el primer tomo de la Historia universal, a media luz, en el fondo de su habitación, se percató de mi involuntariedad.  “¿Qué le pasa, muchachito?”, se asustó.                     
─¡Justino Paz está con fiebre! ─avisó a  Gudelia y  ambas se pusieron a rezar. Ya echado en la cama, con timolina en la frente y un  racimo de uvas negras, sollozó.
    
*           *           *
  ─ ¿Una bala le  había perforado el pómulo derecho, y otra  el corazón? ─fue lo último que dijo la comadre. Además lo habían degollado como a un  caballo de campo, sin piedad, y,  entre sus pertenencias se le encontró un Plan Estratégico para  la toma del Poder, y una hermosa carta de amor al bello sexo sin destinatario.
 Fueron dos los encapuchados que a bordo de un Volswagen gris le habían disparado cinco balazos a quemarropa, y enseguida las mujeres bajaron a la carrera con un cuchillo en la mano y, luego, violentamente le cortaron la lengua, el hígado y con odio le extirparon los ojos. Después, otro le cercenó la cabeza con un serrucho, y fugaron al instante.

         *          *        *
             ─¿Será un buen escarmiento este macabro y espeluznante ajuste de cuentas? ─Preguntó dubitativo, el Teniente de la Policía de Investigaciones, quien  conformaba el grupo de Elite especialmente creado para tratar de descubrir los casos más complicados tanto como a los misteriosos  homicidas.     
          ─¡Todavía no sé cómo entender el caso! ─ Respondió el Sargento fortachón, limpiando su viejo revolver  Weson calibre 38. Pero lo que se sabe es que eran abiertos rivales políticos y enemigos a la vez, el uno izquierdista y el otro derechista.
          Se rumoreaba que Exuperancio  Pérez, en su calidad de dirigente vecinal, iba a denunciar  al burgomaestre  por violación a una menor con retardo mental, nepotismo y malversación de fondos municipales. Y era su deber y obligación moral investigarlo públicamente, sobre todo ahora que se acercaban las elecciones.

     *          *         *             
─¿Y dónde estará  el sobrino del alcalde que dicen que cometió el asesinato? ─Preguntó una vecina  negra al párroco en la bodega del chino Fu de la calle Desamparados.
             ─¡No se sabe aún, pero era su hombre de seguridad! Ojos y oídos. Pura chismosería barata, porque un hombre  justo y sabio según los preceptos de Dios, no se mete en felonías  ─respondió.
 ─A decir verdad, un mediocre, que se comerá 20 años de cárcel, si antes no se escapa a la montaña como una rata inmunda o se lo traga la tierra ─reflexionó la matrona con un paquete de recado en la  zarpa.
  ─¿Tanto daño parece cometer la mafia política y todo por culpa del maldito dinero? ─comentó un antiguo escribano que escuchaba atento, de  barbas  blancas y con un bastón de pata de cabra bañado en oro. En mi juventud  nos agarrábamos a puño limpio y a trompadas, uno contra uno. Lo de ahora es pura cobardía. ¡Matonería salvaje! ¡Cualquier imbécil aprieta un gatillo! y todavía se ensañan cuando el indefenso yace moribundo seccionándolo y dinamitando su cuerpo para borrar las evidencias del delito.

                                   *           *           *
 ─Exuperancio Pérez, el líder político de izquierda, deja viuda y huérfano a un tal Justino Paz, aunque no consta en el parte policial ─dijo el gobernador consternado aún por el asesinato.
            ─¡Pero es un hijo negado! ─Recordó el boticario del pueblo metiendo su boca de tabaco, despidiéndose ya  desde el viejo reloj comunal.
                                          *           *             *

─¿Quién era mi padre y por qué pienso  tanto en el cadáver descuartizado? ─preguntó intrigado  el niño  Justino Paz.
─Él  ya es difunto desde hace tiempo –respondió la madre Gudelia. Está en el cielo con Diosito y desde allí nos cuida y protege siempre.
─¿No era el tan publicitado mártir del viernes? ─Gritó  lloroso.
─¿Cómo se te ocurre semejante disparate? ─dijo la joven mujer. Tu padre era un gran político valiente  y honesto. Recién eres un nene para explicarte; cuando seas mayor de edad te contaré toda la verdad.
           Justino Paz la miró a los ojos, tétrico y apesadumbrado.
                                                                                          
                             
                                                                   (2001)




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